Tras el Púlpito
El sermón que nunca prediqué
Recuerdo un domingo en que me preparé con esmero. Tenía las notas ordenadas, los versículos subrayados y hasta la ilustración final lista para cerrar con fuerza. Todo parecía encajar. Pero minutos antes de subir al púlpito, una hermana de la congregación se me acercó llorando: había perdido a un ser querido esa madrugada.
En ese instante, todo lo que llevaba preparado se volvió pequeño. Mi sermón bien estructurado quedó guardado en la Biblia, y lo único que pude hacer fue sentarme a su lado, abrazarla y llorar con ella. Esa mañana no hubo una predicación como estaba en mi agenda… pero hubo un mensaje más profundo: la presencia de Dios en un abrazo sincero.
Aprendí que, a veces, el sermón más poderoso no se predica con palabras desde el púlpito, sino con silencios compartidos desde el corazón.
Oración
Señor, enséñame a servir no solo con palabras, sino también con gestos sencillos que
revelen tu amor. Hazme sensible al dolor de los demás, incluso cuando mis planes digan
otra cosa.Amén.
Para Reflexionar
- ¿Has sentido alguna vez que tu presencia fue más importante que tus palabras?
- ¿Qué “sermones silenciosos” has recibido de alguien en tu vida?